Si viajas a la capital holandesa y quieres evitar los habituales planes de turista (recorrer en bici las calles, pasear por los canales…) te proponemos visitar el Cockelbockel. Eso sí, te costará hallarlo, porque no está en los mapas que te entregan en las oficinas de turismo. Más bien vas a deber ponerte el traje de neopreno y bucear un tanto para entrar en él: el Cockelbockel es un piso submarino.

Se halla sumergido en el lago de Slotervaart, situado en el distrito del mismo nombre de Ámsterdam. De 30 metros de profundidad, el lago artificial apareció en el centro del nuevo complejo residencial debido a la extracción de arena para construir las urbes jardín de alrededor entre 1948 y mil novecientos cincuenta y seis. El objetivo de la obra era ampliar la ciudad al sur y al oeste.

El lago pretendía ser un espacio de recreo para los habitantes de estas urbes jardín. En verdad, todavía hoy muchos practican actividades acuáticas, como buceo o navegación. Lo que seguramente ignoren aquellos que navegan es que bajo su embarcación hay una casa oculta. Para acceder a ella hay que descender unos 12 metros.

La estructura se instaló en mil novecientos sesenta y seis. Por aquel entonces, era la novena casa submarina en el planeta. Quienes desciendan esos doce metros y tengan suerte de hallarla (las aguas son muy turbias) se encontrarán una suerte de bidón para guardar el grano, ahora cubierto por algas y moluscos, pero en aquel momento estaba pintada de amarillo, en referencia a la canción ‘Yellow Submarine’, de los Beatles, lanzada ese año.

Para acceder a la casa hay que descender por un estrecho agujero y unas escaleras que hay en su parte inferior. El piso tiene espacio para una o 2 personas y está conectado de manera directa con la superficie a través de un angosto cilindro, por lo que los buceadores pueden quitarse la mascarilla.

La casa tiene ventanas a lo largo de su estructura para tener una visión panorámica del exterior. Eso sí, que absolutamente nadie espere un cuarto de baño o una cocina, porque no los hay.

Por los folletos de los años sesenta sabemos que tenía aspecto de bidón y que estaba provista de una especie de teléfono y luz por medio de lámparas y lámparas. Sin embargo, nos tememos que el alimento y la cama había que traérselos de fuera.
En Ámsterdam organizan visitas guiadas para acceder a esta vivienda.

Entre las tradiciones, el Día de Año Nuevo los buceadores llegan y toman botellas de champán en su interior. Anteriormente, los intrépidos aventureros que llegaban hasta ella podían pedir una suerte de etiqueta acreditativa de haber estado allí, tal como su pertenencia a un club de miembros de la Cockelbockel.

La casa pertenece al club de buceo OJC, el más viejo de los Países Bajos. OJC se unió recientemente con una escuela de buceo de Ámsterdam para impulsar el conocimiento de esta estructura no solo entre los practicantes holandeses de esta disciplina, sino más bien también en los del extranjero.

En los foros de discusión, los buceadores recomiendan hacer la inmersión en primavera, cuando las temperaturas son más agradables.

Esta especie de prototipo de apartamento no debería sorprendernos en una ciudad que, rodeada de canales, busca cómo integrar el agua a las soluciones urbanas. cincuenta años después de que el Cockelbockel se dejase caer al fondo de un lago, son muchos los que viven en barcos o casas flotantes atracadas en un muelle.

Hay aun quienes han recuperado la idea de hundir las casas y plantean viviendas en la que las áreas comunes, como el salón y el comedor, estarían a la vista de todos y los dormitorios y los baños, más privados, bajo el agua. Nada que hace 5 décadas no predijeran unos visionarios en la capital holandesa.